¡escritores con gorra, uníos!

A este caballo zaragozano (burrito por un día) ya lo conocíamos por Elvira Lozano.

Ahí donde lo ven, este escritor con gorra (porque está de vacaciones), tiene los pies en la tierra aunque parezca que empuñe una espada hasta el parnaso.

Siempre ha dicho que querría bustos y estatuas, con su excelsa figura, en plazas y jardines. Pues ya la tiene en Zaragoza, aunque sea efímera.

¿Qué no lo es?

estaba de paso, y se quedó


Hay tres niños columpiándose. Uno a contrapelo para poder reírse, todavía más, cada vez que se cruza en el aire con sus amigos. Un auténtico disfrutón.

Y ahí está Javi en primer plano, sonriente, subido al burrito. Lleva la cremallera abierta, de lo que parece un monopantalón corto que imagino azul marino. ¿Tenía calor o quería lucir su cadenita con medalla? ¿De qué era la medalla?, ¿de una virgen, de un santo, del Athletic de Bilbao?

Siempre me quedo con cara de tonta, achinando los ojos para ver si en ese instante yo pasaba por allí en segundo o tercer plano. Me quedo con las ganas de haber coincidido, con las ganas de gritar, ¡mira, esa soy yo!, aunque no sirva de nada habernos cruzado aquel día.

Aunque sí me serviría. No sé para qué, pero me serviría.

malagueñas de adopción

 

Allá por 2009, cuando Helena y Ariadna vivían en un mundo metaplatónico, sus padres subieron y posaron con gran regocijo en el burrito del parque. Once años después, aquí están, más precavidas que sus padres, sin montar para no quemarse el culo (agosto en el sur es mumalo, sobre todo si tienes el lomo de bronce). Carmen, la madre de las criaturas bípedas, dice que Ariadna tiene las paticas igualitas a las de Platero. No encuentro mejor manera de acabar este año tan feo que con esta foto tan bonita.

1970-2015

(Juan Luis y José manuel, 1970)
(Alejandro, 2015)
Entre estas dos fotos han pasado 45 años. En la primera Juan Luis y su hermano pequeño José Manuel (con cara de asombro) posan en el burrito. Su padre (imagino) pensando en que Platero saliera en estampida los protege desde atrás, escondido, no queriendo quitarles protagonismo. En la segunda, Alejandro (hijo de Juan Luis), se sostiene solo. Debe de tener la misma edad que yo cuando me fotografiaron por su gesto de "me encanta estar aquí, pero dispara ya que vaya vergüencita estoy pasando". Espero que en un futuro (lejano) me envíe alguna foto de sus nietos.

burrito/caballo maño

Al igual que todas las ciudades deberían tener río, también burro. Ya fuera en un parque o en un descampado. Un burrito (tabla de salvación de cuatro patas) al que agarrarse cuando todo lo demás falla. Aquí tenemos a este precioso ejemplar (de caballo infantil convertido en burrito por un día) en Zaragoza. Y de la amazona, ¿qué podría decir además de que la adoro? Ooh.

sarriana y amazona

"Si existiese el Cielo, seguro que estaría lleno de burritos. Al mundo moderno nunca habríamos llegado sin la existencia de este bello animal que el ser humano se ha empeñado en maltratar durante generaciones. Yo nunca he montado a lomos de un burro, son seres que se merecen pasto y trote eterno por anchas praderas, no más cargas ni azotes, por eso no quería siquiera subirme a lomos de este pollino de bronce. Mi novio insistió en que a este asno no le haría daño, así que me senté en él, pero no apoyé del todo mi peso, por si acaso. Todos los burritos se merecen el Cielo, incluso los ficticios como Baltasar y este Platero del parque". (Sonia, sarrianita de nacimiento y malagueña de adopción desde este mismo instante).

nunca le puse nombre, pienso ahora

(y Chupetín, desmayada a mis pies)
Habría jurado que escribí sobre la hucha-robot. Día de Reyes 1972. Yo solía pedir siempre una bicicleta. Las muñecas nunca me gustaron. Supongo que el regalo estrella de ese año era "Chupetín" (un bebé desmadejado que lloraba si le quitabas el chupete), pero yo me sentaba a dibujar abrazada a la hucha-robot.

El robot era rojo y dorado, tenía los brazos y las piernas de plástico azul transparente. La espalda del robot también era transparente y en ella podía verse un laberinto de palancas móviles que hacían que cada tipo de moneda cayera en su lugar preciso: en un brazo las pesetas, en el otro los duros, etc. No recuerdo cómo se sacaban, sólo sé que las saqué muchas veces sólo por volver a verlas caer.

Antes de meterme en la cama la llenaba de cosas: el mono que tocaba los platillos bajo un cojín (para que no me atacara mientras dormía), un puñado de animales "Dunkin" (para que me defendieran de los dulces monstruos que bajaban por la chimenea) y, desde ese año (hasta que mi madre la tiró), la hucha-robot. Era peligroso dormir con ella/él por las aristas.

Confío en ese nada-se-pierde de Holan (poeta que combina lo dulce de un monstruo y las aristas de un juguete) y que mi hucha-robot siga felizmente de una pieza en cualquier rastro o estantería de una nostágica como yo.

desde méxico, con amor

En mi versión del cuento, Omar y Marcella vinieron desde México expresamente para subirse al burrito. Omar dijo:
"El lomo del burrito perdió su pelaje de bronce con el roce de tantos culos. Desgaste de las pieles con el tiempo y con el uso. El registro del burrito del parque comprueba que mientras a nosotros nos salen más arrugas, a él se le pone cada vez la piel más lisita. Puede que haya encontrado el secreto para la juventud eterna: el roce".

aprendiz de equilibrista

Vicente me envía una foto de Álvaro en el burrito, no sentado, en pie sobre el lomo, y me acuerdo de Picasso y hasta de Degas. Cuando le pido unas palabras para acompañar la imagen, escribe:

Simplemente esto:
Álvaro tiene los ojos tan grandes
que el mundo le baila en ellos.

burritos del mundo, uníos

Agrupémonos todos en el parque, al final, mañana sábado 7 de octubre las 12h en la puerta del Ayuntamiento a ver si El burrito del parque hace entrar en razón a sus parientes para que en vez de rebuznar (los unos, los otros) hablen como las personas.

fotos que dan vida

Demasiado tiempo sin subir fotos a lomos de este burrito. La confianza se hace esperar. Mariona ya se ve segura, aunque con cara de ese vertiguillo molón que nos hace cosquillas en el estómago. Me gusta imaginar qué habría pasado si madre e hija llegan a coincidir en tiempo y lugar, ay. ¡Viajes en el tiempo ya, por favor!
http://elburritodelparque.blogspot.com.es/2012/02/quien-prueba-repite.html

pero que vuelva pronto!

No comprendo el porqué de esa pasión por arreglarlo todo, ese pánico al paso del tiempo. Las cosas usadas son mucho más bellas que las nuevas.

En fin, esperemos que el burrito del parque no se pierda en jardines ajenos y vuelva a estar debajo del culo de todos los niños y niñas de Málaga, que es su sitio.

http://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2016/11/16/burrito-platero-parque-restaurado/890204.html

el juego de los quesitos

Nunca me ha gustado ir de visita. Ese día, además, me daba vueltas una novela que acababa de leer. Se titulaba Iceberg. Después de dos cervezas, dije que me marchaba. Dani sacó del bolsillo un papel doblado y me pidió que le dijera un número. El ocho. Movió los dedos dentro de los quesitos. Me enseñó, pegándomelos a la nariz, los cuatro colores que resultaron de mover los dedos ocho veces. Ahora elige un color. El amarillo. Abrió el quesito y leyó la palabra que había escrita debajo: "Iceberg".

Me preguntó de qué me reía. De nada, dije y me acerqué a darle un beso a su madre. No te vayas todavía, dime otro número, es que quiero que te salga "Dinosaurio".

compás

Mi compañera de banca me robó el compás. La primera vez que lo saqué del estuche vi la codicia en su cara. Un compás de verdad, dijo. El suyo tenía adosado un lápiz. Se lo presté muchas veces, se lo hubiese prestado toda la vida sólo por ver brillar sus ojos. No me di cuenta de que me lo había robado hasta que me lo puso delante. Mi compás no funciona, dijo. Lo reconocí de inmediato. Con la punta redonda de la tijera le ajusté el tornillo que sujetaba los brazos. Con los ojos brillantes, los míos, le dije que lo cuidara porque era un buen compás. Una vez ajustado se lo tendí. La codicia de su cara se volvió desconcierto.

El compás era de mi padre, de sus años de estudiante. Nunca le dije que me había quedado sin él. Muchas noches antes de dormirme pensaba, y pienso, en mi absurda reacción. En por qué no le dije tranquilamente que me lo devolviera. Nunca tuve sangre para discutir, ni con nueve años ni ahora. Aunque me robaran la vida, ajustaría el tornillo que me sujeta los brazos y no diría nada.

libreta diario

Nunca sabré con certeza de dónde viene mi afición al orden, a las listas. Recuerdo a mi padre, al llegar del trabajo, colocando meticulosamente sobre la cama lo que iba sacando de los bolsillos.

Yo hacía lo mismo con el material escolar que nos entregaban las monjas el primer día de clase: libretas en tres tamaños, dos bolígrafos, un lápiz y una goma. Libretas había de tres colores (verde, amarillo y rojo). A mí siempre me tocaron verdes. Mi favorita era la más pequeña, a la que las monjas llamaban Diario. En la primera página nos hacían copiar el horario de clases. Después debíamos usarla únicamente para apuntar los deberes del día siguiente. Dibujé muchas veces en las últimas páginas. Aquella libreta áspera me gustaba muchísimo. Olía a septiembre.

También me gustaba el olor de las tarjetas perforadas que mi padre traía del trabajo, llenas de ceros, llenas de unos, con sus diminutos agujeros cuadrados. Por las noches, mi padre, apuntaba en el reverso cosas que tenía que comprar (perborato, betún, minas del 0,5). Y yo lo observaba sin que se diera cuenta, y pensaba que me gustaban más sus deberes que los míos.

digo estuche, y salivo

Digo septiembre y me huele a plástico. A forro de libros, a estuche nuevo. Digo septiembre y me pican las piernas. Aquel uniforme gris y las medias azules hasta las rodillas cuando todavía quedaban turistas en la playa.

Digo estuche y mi boca saliva, pastosa y dulce, no sé si de placer o sinestesia (como cuando digo Mantegna y me viene un sabor agrio).

Los estuches solían traer un transportador de ángulos, pero los buenos, los de dos pisos, traían escuadra y cartabón. En 5ºEGB (supongo que para premiarme por haber terminado en un solo año 3º y 4º), me compraron uno. En un piso lápices, en el otro rotuladores. Tenía de todo, hasta lupa y compás. El compás se rompió pronto. Mi padre me dio uno de los suyos. El compás de mi padre me lo robó mi compañera de banca. Digo septiembre y veo sus ojos muy oscuros, brillando, cada vez que yo abría el estuche.

bimbo vs panrico

No sólo de pan Bimbo vivíamos entonces, también había Panrico. Claro, que Bimbo tenía un osito panadero además de todos aquellos preciosos cromos. Mis favoritos eran "El show de la pantera rosa y el tigretón", sobre todo la última página del álbum donde decía "El apoteosis" (palabra misteriosa donde las hubiera y que siempre me sonó a apocalipsis). Pero Panrico supo ver más allá. Sus niños, nosotros, nos hacíamos mayores, y un tigre con pajarita y canotier ya no engañaba a nadie. Panrico sacó el álbum "Las cien mariposas más bellas del mundo" (en relieve, decía el subtítulo). Aquel anunciado relieve no era más que un efecto irisado que, sí, hacía a las mariposas deslumbrantes. Pero lo que es relieve, ninguno.

Había que comer muchos Tronkito, Mío, Furia y Kandy, para tenerlas todas. Si a eso sumamos que yo todavía desayunaba galletas Vigor, es fácil deducir que sólo llegué a juntar veinte. Mi favorita era una enorme mariposa amarilla: Policaón, de Guyanas y Brasil.

Bimbo contraatacó con aquellas magníficas entregas de "El porqué de las cosas" y "El libro de las adivinanzas" con las que caí rendida al simpático osito.

Muchos años después, en un hotel de Brasil junto a las cataratas de Iguazú, al salir olvidé cerrar la ventana. A la vuelta encontré la habitación llena de mariposas. Todas en relieve, ninguna Policaón.

triunfa con risi

Mi padre fue durante años a un médico naturista. En casa éramos vegetarianos, al menos mi padre y yo. Me gustó desde niña el sabor agrio de la levadura de cerveza. El polen me cuesta y siempre toso. Tomar en ayunas jugo de cebolla es pan comido. Aún sigo cenando copos de avena. No sé si seguirán existiendo las galletas Vigor, ni una crema de frutas que se llamaba Vitanfruit. Qué hermosas palabras. Vigor, Vitanfruit, me suenan a islas olvidadas.

Mi vida era muy sana. Nada de pastelitos, nada de patatas fritas de sobre. Por eso, cuando en el anuncio sonaba aquella cancioncilla, "Patatín patatán, patatín patatán, patatas fritas Risi, a mí me gustan más", yo gritaba aún más fuerte que los niños del anuncio la última frase: "¡Triunfa con Risi!". Triunfar, supuse entonces, era conseguir aquel muñeco dentón con los brazos en jarra. Lo olvidé también, como tantas cosas, cuando mi padre empezó a comer chuletillas de cordero, y yo a coleccionar estampas Bimbo.

Supongo que conté esta historia muchas veces, como quien siembra con los ojos vendados, hasta que un día mi amigo Andrés apareció en casa con aquel muñeco. Triunfar era esto, me dije, saber esperar.

Años más tarde Andrés se convertiría en el padre de dos de mis sobrinos. Algún día les contaré a Darío y a Nadia esta historia, y les daré a Risi para que todo case, patatín patatán y todos los etc.

bon voyage!

No soy de nostalgias tremendas aunque parezca lo contrario. Si pierdo algo le deseo una vida próspera y mejor, para mis adentros. Creo que sólo siento verdadero apego por dos cosas: el león-sacapuntas y el diccionario de francés.

Septiembre, 1973. Comienza el curso y me pongo un poco pesada (quizá por mi afición a jugar a los viajes): Quiero un diccionario. Mi abuela, sin dejar de abanicarse, se levanta del sillón y me pide que la ayude a ponerse la faja. La faja no era una faja y era rosa. Era un corsé con cordón trenzado que había que ajustar. Tacones, bolso y un poco de Embrujo antes de salir. Mi abuela joven y ágil subiendo al autobús. La felicidad.

Librería Cervantes, Plaza José Antonio 2, según el sello de la primera página (hoy Plaza de la Constitución). El librero coloca tres diccionarios sobre el mostrador. Me quedan a la altura de los ojos. Mi abuela dice que elija bien porque me tiene que durar. Escojo uno apaisado, por original y porque tiene las cubiertas de plástico, y el plástico es para toda la vida. Le costó, según veo apuntado a lápiz en la última página, 75 pesetas. 

Supongo de después merendaríamos en el Café Madrid, pero no recuerdo nada. Mi diccionario y yo.

Lo ponía sobre el pupitre hasta en clase de matemáticas. Aunque todo acaba y el aburrimiento me hizo dibujar un brazo en cada esquina de las páginas 33 a la 41. Un brazo que, si pasas las páginas muy rápido, saluda.

La verdad, si lo perdiera, le desearía bon voyage. Y él diría au revoir con la mano que le dibujé.

referéndum milkybar, ya

Allá por los 70 estaba de moda votar. Yo también lo cogí con ganas y participé en la elección del "Rey Blanco Milkibar". Había cuatro aspirantes: Una tableta de chocolate blanco con corona bastante infantil, un rey viejo, bajito y regordete, un león con corona bastante simpático y un muchachito rubio con capa y pose de superhéroe que se lo llevó de calle.

El marketing es importante y Milkibar pasó a ser Milkybar, mucho más moderno, quién lo duda. Aquel chiquito rubio ya tendrá mi edad y seguro que vive su retiro en Vevey (Suiza).

Yo voté por él, por el "Rey Milkibar". Hoy, sin duda y sin necesidad de carnet, votaría "República Milkybar". Si me dejaran.