el piano rojo

Mi madre dice que nunca le hice caso, que sólo aporreaba las teclas cuando Mario venía a jugar a casa. Con tal de no prestárselo te sentabas encima, dice mi madre. Yo no me recuerdo caprichosa ni posesiva y Mario me gustaba, pero la palabra de mi madre va a misa. No sé cómo pudo tirarlo, supongo que aprovechó la confusión de la mudanza. Muchos años más tarde, vi un piano igual en el anticuario de calle Casapalma. Alberto me lo regaló. Al mío no le sonaba esta tecla, pulsé. Y no sonó. El mío estaba pintorreado por dentro. Y sonó otra vez, la flauta. Allí estaban mis garabatos a boli. Pero, ¿dónde estará Mario?