juguemos a escapar

Mi primer juguete fue un oso, la osa Mateo. A lo primero que recuerdo haber jugado es a escondernos en el ropero y a esperar el momento para escaparnos de casa. Mateo y yo hicimos la maleta, colocamos los cojines de la cama turca como si fuesen los asientos de un autobús y nos sentamos al fondo, para que nadie nos descubriera. Mateo no llevaba equipaje, ni muda siquiera, sólo su falda escocesa. Yo, una maleta de cartón muy duro. Probablemente la misma que mi madre usó en su viaje de novios. Dentro, una rebeca, los lápices de colores, algún cuento, las joyas de plástico y mi linterna. Mateo y yo éramos fanáticas de las linternas.

Escapar siempre fue mi juego favorito. Todo era invitación al viaje. La plancha un coche futurista para las recortables, los elefantes de madera criaturas leves, voladoras, el anillo verde de plástico una joya que me hacía invisible, el ropero mi nave espacial.

A pesar de mudanzas, y la afición de mi madre por tirarlo todo, conservo a Mateo, la maleta de cartón y aquel ropero. Pero sobre todo conservo las ganas de seguir escondiéndome, de seguir escapando.